lunes, 16 de enero de 2017

MENTIRAS Y VERDADES SOBRE EL GENERAL GÜEMES, MITRE Y GÜEMES

Por Marcelo G: Ruibal

CUARTA PARTE
 
Monumento 20 de Febrero
Salta 1913
Postal Conmemorativa 
                        Como dijimos en las otras partes el motivo de este  trabajo es analizar el por qué el general Martín Miguel de Güemes fue prácticamente omitido en la historia de la guerra por la independencia de América del Sur, y en la de las Provincias Unidas de Sudamérica, solo figura como el defensor de la frontera norte, y también, por qué fue calumniado y detractado durante más de un siglo, a tal punto que recién el 22 de agosto de 2006 la Ley Nacional Nº 26.125 declaró al general Güemes “Héroe Nacional”, y el 08 de junio de 2016 la Ley Nacional N° 27.258 incorporó como feriado nacional el 17 de junio, en conmemoración por su muerte.


                        Para ello debemos remitirnos a los trabajos históricos que realizó el general Bartolomé Mitre que por mucho tiempo fueron el sustento y la base de la documentación sobre la historia argentina.

                        Mitre fue el creador de la historiografía argentina y también de la historia oficial, la que tiempo después sería cuestionada por la historia revisionista.

                        En especial debemos referirnos a dos de sus obras: la “Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina” (1854) y los “Estudios históricos sobre la Revolución Argentina: Belgrano y Güemes” (1864).

                        Después de haber publicado el libro la “Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina”, en el que le dedica al general Güemes algunos capítulos, se produce un fuerte enfrentamiento entre Mitre y el Dr. Dalmacio Vélez Sarsfield, lo que provocó que en 1864 Mitre publicara el libro Estudios históricos sobre la Revolución Argentina: Belgrano y Güemes en respuesta al libro las Rectificaciones Históricas: General Belgrano, General Güemes de Vélez Sarsfield.

                        Como dijimos en la tercera parte comenzaremos analizando el siguiente párrafo del libro de Mitre, Estudios Históricos sobre la Revolución Argentina: Belgrano y Güemes, que dice: “... hostilizó públicamente a los oficiales de él (del Ejército del Perú) que en calidad de particulares transitaban por su territorio. Testigo de ello el general Don Martín Rodríguez a quien por orden de Güemes se puso una emboscada cerca de la Cabeza del Buey, consiguiendo Rodríguez escapar con vida, dejando su equipaje, que por orden de Güemes fue rematado en pública subasta en la plaza de Salta. Este hecho lo recordaba en sus últimos años el general Rodríguez, lo refiere detalladamente el general Paz”. (E.H., pág. 342 y 343)

                        Muy lejos de la verdad están estos dichos del general Paz, como se podrá ver a continuación.

                        El general Rondeau desde Huacalera el 9 de febrero de 1816 le escribe a French, que estaba como jefe de la vanguardia en la Quebrada de Humahuaca, diciendo: “Son tantas las solicitudes que entablan los oficiales para marchar a los pueblos de abajo y tan despreciables los fundamentos sobre que se apoyan que su mismo tenor y el número excesivo de aquellos ocasionaría las más triste idea del ejército.” (Luis Güemes, Güemes Documentado t. 3, pp. 240/241)

                        El brigadier don Martín Rodríguez fue uno de esos oficiales que pidió licencia, como surge del oficio que le envió Rondeau al Director Supremo interino Álvarez Thomas el 29 de enero de 1816, que dice: “El brigadier don Martín Rodríguez deseoso de ver a su familia después de las penosas faenas de la campaña, ha solicitado de mí la licencia para pasar a esa Capital por el término de cuatro meses prometiéndome su puntual regreso en ese preciso término. Y habiéndosela concedido lo informo a vuestra excelencia para su debido conocimiento y que en caso necesario lo obligue al cumplimiento de su compromiso”. (Luis Güemes, Güemes Documentado t. 3, p. 244) (el resaltado es del autor), como se puede apreciar, ni su superior el general Rondeau, confiaba en él.

                        El gobernador intendente de la provincia de Salta don Martín Miguel de Güemes ante reiteradas denuncias de que miembros del Ejército Auxiliar que regresaban del Alto Perú, traían consigo dineros y alhajas producto de saqueos, comisiona a don Francisco de Basterra, en enero de 1816, para que en Jujuy realizara requisas a los equipajes de los soldados y también de los oficiales del ejército.

                        Uno de los oficiales al que se le revisó el equipaje fue Martín Rodríguez, y se le encontraron varios tejos de oro y otras alhajas, que fueron requisadas, por lo que se le inició sumario, y finalizado este se vendieron en pública subasta. Sobre este tema el autor del Güemes Documentado, expresa: “Como se dice en la Nota a la carta N° 19 de nuestro Epistolario, En el Archivo General de la Nación (X-7-3-4), bajo el rubro Sustracción de caudales 1813-1816, se encuentra una serie de expedientes relativos al manejo de dineros y alhajas mal habidos por algunos de los funcionarios destacados en el Alto Perú. De su lectura surge claro el poco decoroso comportamiento de las personas afectadas por la investigación, sobre todo las que figuran en los expedientes 5º y 1º es decir el coronel Martín Rodríguez, presidente de Charcas y sus aláteres, entre éstos los mencionados en la carta 17 de nuestro Epistolario, así como Isidoro Alberti, depositario confidencial en Jujuy de parte de los valores traídos del Perú por Rodríguez.” (Luis Güemes, Güemes Documentado t. 3, p. 243 Nota)

                        Sobre esta tema, el general realista, García Camba en sus memorias dice: “...el famoso mayor general Rodríguez partió en seguida con alguna fuerza a encargarse del mando de Chuquisaca. Noticioso aquí de que las familias españolas habían ocultado parte de sus fortunas en los conventos de monjas pasó personalmente a verificar en ellos un escrupuloso registro, del que fue fama, supo sacar inmenso provecho. (Andrés García Camba, Memorias del general García Camba: para la historia de las armas españolas en el Perú t. 1, pag.152) (el resaltado es del autor)



Iglesia de los Jesuitas
Catedral Antigua de la Ciudad de Salta
lugar donde estuviera enterrado Güemes desde1822 
                        Mitre también dice: “El general Belgrano (Belgrano reemplaza a Rondeau como general en jefe del Ejército del Norte en junio de 1816), que ejercía autoridad moral sobre Güemes, se contrajo a reparar estos males, invistiendo a Güemes con el carácter de jefe de vanguardia, y en cuyo carácter prestó al país los más relevantes servicios”. (E.H., pág. 344)

                        El general Belgrano no lo nombra a Güemes jefe de la vanguardia del ejército, es el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón quien le encarga la defensa de las Provincias Unidas de Sudamérica y la seguridad del Ejército del Norte, como se desprende del siguiente Oficio del Director Pueyrredón al general Rondeau del 16 de junio de 1816 que dice: “... Tome V.S. cuantas medidas sean necesarias para poner en movimiento todo el Ejército de su mando en retirada para la ciudad de Tucumán, sin dejar en esa ninguna pertenencia del Ejército.
... De las piezas de montaña entregará también V.S. dos con su competente tren y municiones al dicho señor coronel (Güemes), a cuyo cargo, actividad y celo queda confiada la defensa de las provincias y la seguridad de ese Ejército. (Luis Güemes, Güemes Documentado t. 3, pp. 394/395) (el resaltado es del autor)

                        En otro punto del libro, Mitre dice: “Las siguientes invasiones de Salta pusieron a prueba nuevamente por varias veces la decisión de esa heroica Provincia, y la constancia de su famoso caudillo. En todas ellas el ejército español encontró la misma energía, la misma resistencia, aunque con más método y disciplina como lo reconocieron a su costa, bien que todas esas invasiones no tuvieron un carácter resuelto, y pueden considerarse como meras diversiones militares que nunca pensaron pasar más adelante; siendo la más considerable la de Ramírez y Cánterac en 1820, que se vio obligada a retrogradar para ir a defender el Virreinato del Bajo Perú, invadido a la sazón por el ejército argentino-chileno, a las órdenes de San Martín”. (E.H., pág. 348 y 349)

                        De los varios intentos del Ejército Realista de invadir el territorio de las Provincias Unidas de Sudamérica desde el año 1816 hasta 1821, me voy a referir a dos de los más importantes, el del mariscal José de La Serna en 1817 y el del general Juan Ramírez Orozco en 1820. Que como veremos en el desarrollo que realizaremos a continuación, estas invasiones no fueron como dice Mitre “...esas invasiones no tuvieron un carácter resuelto, y pueden considerarse como meras diversiones militares que nunca pensaron pasar más adelante”, sino todo lo contrario, su fin era terminar con la sublevación y recuperar el único territorio de América Hispana que se mantenía independiente de la corona de España en el año 1816.

                        Con el rechazo de las invasiones realistas de 1817 y 1820, no solo se logró mantener la independencia de nuestro territorio, sino que permitió que el general San Martín pudiera iniciar las campañas libertadoras a Chile enero de 1817, y al Perú en 1820.

                        El 7 de julio de 1816 el brigadier Joaquín de la Pezuela asume en la ciudad de Lima como Virrey del Perú y nombra jefe del Ejército Realista del Alto Perú en forma interina al general Juan Ramírez Orozco, pero desde España se lo había designado para ese cargo al mariscal José de La Serna, que llega de la península al Puerto de Arica el 7 de septiembre de 1816, desde donde le remite oficio al virrey Pezuela diciendo: “...creo podría lisonjearme al asegurar a V.E. formaría un cuerpo de ejército capaz de entrar con él a Buenos Aires para el mes de mayo del próximo año, siempre que circunstancias políticas y topográficas lo permitan”. (56)

                        El Ejército Realista del Alto Perú era reforzado por parte de las tropas de veteranos que en España habían vencido a las fuerzas de Napoleón, y en América recuperaron el dominio sobre la capitanía de Venezuela y el virreinato de Nueva Granada, los escuadrones de Dragones, y Húsares de Fernando 7º, y los regimientos de Extremadura, Gerona, y Cantabria.

                        El 12 de noviembre de 1816 José de La Serna estando en Santiago de Cotagaita ordena que se concentren todas las tropas en Suipacha reuniendo un ejército de 3.500 hombres, que sumado a la vanguardia hacía un total de 5.500 hombres experimentados y bien equipados, para iniciar la invasión a las Provincias Unidas de Sud América.


 
General José de San Martín
Finalmente, el 20 de agosto de 1820, San Martín partió junto a la expedición desde Valparaíso hacia el Perú. La expedición estaba constituida por alrededor de 4500 hombres, pertenecientes al Ejército libertador de los Andes y al Ejército de Chile, de los cuales 1600 eran marinos. El 8 de septiembre de 1820, el ejército al mando de José de San Martín desembarcó en la playa de Paracas, cerca del puerto de Pisco

                        Mitre también dice: “Desde esa época para adelante (junio de 1820) la existencia de Güemes se divide entre las atenciones de la guerra civil, las revoluciones internas de sus enemigos que tiene que sofocar, los combates parciales de sus divisiones contra los enemigos exteriores, quienes aunque muy debilitados por las atenciones del Bajo Perú, habrían podido poner en peligro las Provincias del Norte, que en medio de la desorganización de las Provincias Unidas y de la guerra civil que ardía por todas partes, eran las únicas que esgrimían sus armas contra el enemigo común, cuando todas las otras las asestaban contra el seno de la patria.
            Este es uno de los grandes méritos de Güemes en medio de aquella espantosa anarquía, a que él había contribuido también, y por lo que tiene una terrible responsabilidad ante la historia. (E.H., pág. 349) (el resaltado es del autor)

                        Güemes no sólo nunca apoyó, ni participó en los distintos enfrentamientos que tuvieron La Banda Oriental y las provincias del Litoral con el gobierno central, sino que se opuso terminantemente a la posición que habían adoptado sus líderes, como queda de manifiesto en una carta que le envía a Belgrano el 13 de febrero de 1818, que dice: “… Con respecto a Artigas estoy en lo mismo que dije a Ud. que todos los jefes debemos invitarlo a la unión y que si pertinaz en su empeño, la resiste, lo ataquemos entre todos, pues de lo contrario nos ha de ir quitando gente ese malvado…“, (Luis Güemes, Güemes Documentado t 6, pp. 333/335)

                        Como así también en un oficio que el general Martín Miguel de Güemes le envía en respuesta al general Francisco Ramírez (gobernador de Entre Ríos) el 22 de diciembre de 1820, que dice: “El plausible interés de V.S. por nuestra política independiente es conforme al que tuve y tengo de solidarla sobre una base que resista el choque de las pasiones en su absoluta disolución. Con dirección a este grande objeto marcharon mis operaciones derribando obstáculos más de una vez superiores a mis fuerzas. Más por desgracia deploro ahora aislado en mi provinciala ferocidad espantosa con que a las otras destruye y desplaza la anarquía.
         
Güemes y sus Gauchos
Oleo de D. Boorrelly
Museo Histórico del Norte,
Cabildo de Salta
   En tan triste circunstancia ha llegado a mis manos la nota de V.S. de 20 de noviembre incitativa a una coalición que extirpe el complot que me indica para asegurar una agresión con que cree minada nuestra suerte. Pero si ha tocado mi cálculo la línea de sus conjeturas, debo decirle con la ingenuidad que la delicadeza del asunto exige, no parecerme demandar ellas en nuestro actual desastroso estado el rompimiento que prepara V.S., aunque apuren sus recelos el silencio de los portugueses, la ocurrencia del duque de Luca y la historia de la pasada administración.
            Estas tres fuentes de sus temores, no se presentan hasta ahora, sino con un velo densísimo incapaz de clasificar la infalibilidad de certeza de un porvenir azaroso. Mas aunque esté de parte de ella la mayor probabilidad, es de creer como por fe, que siendo no menos probable que hayan estado los ambicionantes (supuestas la realidad de sus planes) aguardando la explosión última de nuestra degradante anarquía para levantar sobre su ruina el edificio de sus proyectos,  sea el alarma a que V.S. invita, la que les presente a la vez, no pudiendo ser que en la crisis de la disolución de los pueblos, cuando aún no se mira apagado el fuego de sus disensiones, ni transada formalmente la divergencia de opiniones bajo cuyo vario aspecto se propagó el anarquismo, pueda conseguirse una tan íntima y estrecha coligación con reciprocidad de intereses, de aspiración y connatos, cual se requiere esencialmente para ofender la magnitud de una empresa superior a la constitución abatida en que sensiblemente nos encontramos al desaparecer de entre nosotros el horror de las convulsiones.
            El único remedio que guarda consonancia con nuestra situación política, es en mi concepto, organizar rápidamente el congreso. Antes de que entremos en nuevos trastornos, en fructíferos desastres, es de esperar que esta asamblea guiada de la experiencia de los grandiosos que hemos sufrido y que nos han conducido hasta el borde del precipicio, establezca la paz, sofoque la discordia, acalle las quejas y predisponga medios para salvarnos de toda invasión exterior. No partiendo de este punto céntrico, jamás podrán las provincias obrar en simultaneidad; ni tema V.S. por un instante que este cuerpo nacional llegue a ser susceptible de la cábala, de la intriga o maquinación a favor de parcialista alguno. Su formación no será debida al clamor de Buenos Aires ni del jefe que la preside. La primera invitación fue mía. La escucharon las provincias con un contento significativo de desahogo que anhelaban entre los volcanes en que ardían. Se han dado prisa a la par conmigo para nombrar sus diputados. Practicada esta diligencia con una formalidad escrupulosa, han instruido a éstos con referencia a todos los ramos de una administración general, posesionadas ya de un conocimiento sobre las negociaciones exteriores en que fue causada la separación de la representación antigua. Buenos Aires tendrá un voto, como cada una de las demás, sin contar ya con la ventaja de que en ella se sitúe el congreso. Y no presentándose de este modo un motivo de recelo en la autoridad central en apoyo de las ideas, cualesquiera que ellas sean, del jefe de Buenos Aires ni de complotario alguno, parece un exceso de celo el que animó la pluma de V.S., al manifestarme en su oficio a que contesto, cierta repugnancia a la instalación de aquélla, antes de que sea trastornado el gobierno de los argentinos. Está en choque la opinión de V.S. con la general de los pueblos. Ellos claman por un congreso, declaman contra su demora y en sus futuras sanciones cifran la consolidación de sus intereses con los de la causa pública.
            Toca V.S. hacer los mismo. Por medio de su diputado puede hablar congresalmente con confianza, y libertad, así con respecto con sus cuidados por la misteriosa conducta de la Corte del Brasil, como por la denegación de Buenos Aires al comercio de armas con Entre Ríos, si es que no ha sido pactada la afirmativa después del tratado de Santa Fe, en el que es uno de sus artículos la libertad de comercio de dicha especie.
            No nos intimide, pues, lo pasado. Reunámonos en un cuerpo para tener consistencia. Y si a la sombra de éste se realizan los males que V.S. recela, los pueblos que hoy garantizan la firmeza de sus representantes, entre los que el mío ha tenido, tiene y tendrá cómo hacer valer sus derechos y sostener su dignidad apoyado en sus legiones acostumbradas a vencer, los pueblos digo, se convertirán entonces en cementerio y panteones antes de humillarse o rendirse a una dominación extranjera y dejar impunes a los autores de tan incomparable desgracia.
            He expresado a V.S. mi voto en contestación a su atendible nota, con el lenguaje sencillo y claro de que jamás me aparté. Y deseo que quiera uniformarse con él y dar espera a sus miras, en obsequio del celo activo que a toda prueba lo anima por los intereses de la causa pública, teniendo en consideración que en los asuntos grandiosos en que amenaza una horrible tempestad, el reposo conduce al acierto, y por el contrario la celeridad es como la materia sulfúrea de donde seguramente descienden los rayos de cuyo estrago tratamos de precavernos”. (el resaltado es del autor) (Luis Güemes, Güemes Documentado t. 9, pp. 359/361) (el resaltado es del autor)

                        En este oficio Güemes, no solo deja claro que jamás sería parte o causa de la espantosa anarquía que existía, sino que da una clase de civismo, manifestando que el único camino para salir de ella era la conformación del congreso.


               
Patio interno
Cabildo de Salta. Vista al ingreso 
         Con respecto a este oficio el 4 de febrero de 1821 el Cabildo de Salta se dirige en oficio al gobernador de Buenos Aires, en el que dice: “... Las insinuaciones del general Ramírez (gobernador de Entre Ríos) para la continuación de la guerra, fueron vigorosamente rechazadas por el entusiasmo y energía propios del digno jefe a quien se dirigieron (Güemes). Esta municipalidad no tuvo ocasión de hacerlo por su parte; pero creyó un deber desvanecer los celos que su silencio acaso había ocasionado. Representó con la oportunidad que le fue posible, que el territorio de Salta uniforme en sus marchas por la causa del orden, había visto como insulto tan criminal tentativa. Sala Capitular de Salta, febrero 4 de 1821. Saturnino Saravia, Manuel Antonio López, Gaspar José de Solá, José Gregorio López, Dámaso de Uriburu, Juan Francisco Valdez, Mariano de Echazú, Facundo de Zuviría Síndico Procurador”. (Luis Güemes, Güemes Documentado t. 11, pp. 97/98)

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